La colonización antioqueña

 

Era temprano aquel domingo de julio y me encontraba contemplando el puente de Occidente, viaducto colgante, construido en Santa fe de Antioquia desde hacía más de un siglo. El río Cauca  se deslizaba lento, llevando entre sus brazos ondulantes un olor a tierra mojada y vaheando murmullos húmedos que dejaban en el aire una sensación de tranquilidad. El calor comenzaba a humedecer mi vestido cuando vi que un hombre alto, de fuerte contextura se acercaba. Llevaba un poncho blanco, carriel y alpargatas. Cuando estuvo al frente, se quitó el sombrero aguadeño y observé cómo el sudor empapaba su frente y se deslizaba entre las arrugas que surcaban su rostro acanelado.

— Buenos días —me saludó con un vozarrón.

—Cómo le va —respondí.

Sus ojos pardos miraron los torreones de acero que sostenían el pasadizo de madera colgante mientras pasaban unos transeúntes.

— ¿Sabía que Santa Fe es uno de los municipios patrimoniales de Antioquia? —le dije.

— ¡Claro! El mariscal Jorge Robledo llegó a estas tierras cuando apenas eran un montón de hojarasca y montañas alrededor —respondió.

—Él la fundó en 1541 y más tarde se convirtió en la capital de la provincia de Antioquia por 250 años. ¿Cuál es su nombre? —pregunté con curiosidad.

— ¿Entonces, conoce algo sobre estas tierras? —y sonrió, dejando ver unos dientes blancos y grandes—. Me llamo Emiliano.

—Estoy escribiendo algo sobre la colonización antioqueña y estoy aquí porque este municipio fue la primera fundación española en territorio paisa. Por eso es nuestra ciudad madre —respondí.

—Cierre los ojos y remóntese conmigo a esa época —dijo.

Lo hice, e imaginé una tierra selvática donde la maleza me llegaba a las rodillas y un viento húmedo se impregnaba en la piel. Varios pájaros, como la tángara multicolor y el saltarín dorado reposaban en las copas de los árboles, pareciendo contemplar desde allí la hilera de montañas similares a guerreros de piedra en vigilia perpetua. Luego vi a unos nativos que gritaban airados, llevando penachos con plumas coloridas y las caras pintadas.

— Hubo varios grupos indígenas en nuestra región, como los Tahamíes, Nutabes y  Quimbayas, donde vivían en armonía con la naturaleza de forma dispersa, pero La tribu Catío, en la Cordillera Occidental, al mando del cacique Nutibara, fue la que más oposición hizo ante los invasores —dijo Emiliano—. Muchos recurrieron al suicidio antes que doblegarse a los españoles y se atravesaron la nariz con cuchillos hasta morir desangrados. Los  sobrevivientes a epidemias, guerras de la conquista y esclavitud fueron obligados a hacer trabajos forzados y el residuo de todo esto fueron los más aventajados, que ayudaron a la evolución de nuestra raza.

— ¡Terrible! —dije, y el calor comenzó a golpearme con fuerza.

—La búsqueda de oro fue la primera causa de la colonización española en la provincia de Antioquia en el siglo XVI que atrajo a inmigrantes vascongados, Extremadura, Jerez de la Frontera y asturianos; y el cerro de Buriticá, detrás de Santa Fe de Antioquia, fue el punto de partida. Pero con la disminución de los aborígenes, trajeron africanos para el trabajo duro en las minas —continuó mi contertulio, quien sacó un pañuelo y secó el sudor de su rostro.

—Más tarde, Robledo murió y Gaspar de Rodas tomó la dirigencia de esta ciudad en ciernes. Fue un hombre de gran vitalidad y motor de progreso para Santa Fe, quien gobernó por cincuenta años, muriendo en  1607—dije.

—Así fue, y para esa época nuestra población era una amalgama de españoles, negros e indígenas. Desde aquel tiempo surgió el mito del origen judío antioqueño, que no se divulgó sino hasta mediados del siglo XX cuando Gregorio Gutiérrez González escribió sobre el tema, al igual que Barba Jacob y Jorge Isaacs, de origen judío, quien le dedicó a nuestro pueblo el poema La tierra de Córdoba, donde insinuaba nuestro origen semita: “¿De qué raza desciendes, pueblo altivo titán laborador, rey de las selvas vírgenes y de los montes níveos, que tornas en vergeles imperios del cóndor?” “Has repudiado la ominosa herencia del ibero cruel: ni la labor es suya ni suya la belleza, que gala es de tus hijas y orgullo de Israel” Isaacs,  aunque  nacido en el Valle,  vivió varios años en Medellín, donde fue enterrado a petición suya, afirmando en su testamento que su "herencia  judía" le hacía tomar esa determinación—comentó  Emiliano.   

—De allí surge el mito de ser buenos comerciantes y apegados al dinero —sonreí.

—Desde los inicios de la conquista, Antioquia fue una región incomunicada geográficamente y este aislamiento continuó durante el período de la Colonia Española. Estas tierras fueron olvidadas porque no presentaban posibilidades de desarrollo, diferentes a las del Tolima o el Valle, que tenían una topografía más llana. Esto nos mantuvo por fuera de los conflictos políticos y guerras de independencia, pero generó pobreza y tuvimos en ese entonces un desarrollo económico y social diferente al resto del país, hasta el punto de compararnos con colonias africanas —dijo.

—Nos salvó el oro al principio, pero a finales del siglo XVI comenzó a bajar su producción, al igual que la mano de obra indígena por disminución aun mayor de su población y la traída de africanos desde Cartagena se hizo cada vez más costoso. Entonces llegó la crisis —agregué.

—Por eso, muchos españoles y su descendencia mestiza se vieron obligados a hacer otras labores productivas por su propia cuenta y comenzó el desplazamiento de familias hacia otros territorios aledaños en busca de nuevas tierras para cultivar, dándose el fenómeno migratorio más importante de Colombia. Esta circunstancia generó desde muy temprano una tradición democrática del trabajo en Antioquia, que contrastó con la cultura del sur y el oeste del país, donde el elemento indígena era más numeroso. —afirmó.

—La crisis del oro, la pobreza del suelo, el crecimiento de las familias y el afán de hacer riqueza, generaron ese espíritu de superación antioqueña donde los unía la sangre, la tradición y las costumbres. Otto Morales Benítez lo describió muy bien en su libro Testimonio de un pueblo: “Montañas cerradas, sin descuajar, que esperaban la mano del hombre para ponerlas a producir. Una selva medrosa que fueron derribando a punta de machete unos hombres intrépidos que querían descuajar montañas para fundar pueblos” —dije.

—Esa necesidad nos hizo abrir las montañas y nos convirtió en personas emprendedoras, dinámicas, de un individualismo enérgico y disciplinado en el trabajo. Pero también ese largo encierro en las montañas nos transformó en exclusivistas sociales, fomentando la endogamia y generando una barrera para la colonización de forasteros —comentó Emiliano aseverando con la cabeza.

—Esa amalgama produjo hombres tradicionalistas, de gran religiosidad. Por eso hay muchos sitios con nombres bíblicos como Jericó, Líbano, Palestina, Betulia y la misma Antioquia — añadí.  

—Tiene razón. Y esos colonizadores, a diferencia de lo que piensan muchos, tuvieron un alto mestizaje. Eran Altos, de piel trigueña, con ojos grandes y penetrantes, nariz aguileña y frente amplia; que con su machete, escapulario y carriel iban a donde su morera entonando un bambuco. 

—Esas dificultades que se generaron, dieron origen a un espíritu comunitario, que forjó una mentalidad emprendedora. Desmontaron selvas, ocuparon tierras, fundaron pueblos en la cordillera andina y se acostumbraron al trabajo constante para desarrollar una sociedad mejor  —dije con satisfacción.  

—Los obstáculos llevan a las oportunidades y esas dificultades engendraron esa raza antioqueña de antaño que el historiador James Parson elogió tanto. Y gracias a ese pensamiento colectivo no se crearon latifundios como en la mayoría del país, sino una mediana propiedad campesina y familiar.

—También hay que aceptar que siendo una sociedad pobre de mineros y campesinos, que se enfrentó por mucho tiempo a un medio hostil, fue una cultura alejada de las manifestaciones artísticas —comenté para mostrar otro aspecto importante.

—Solo tuvieron tiempo para sobrevivir y vencer aquel difícil entorno, y luego continuar con ese empuje el desarrollo de la colonización. Por eso planearon  tres rutas para lograrlo. La primera, al norte, donde fundaron Santa Rosa de Osos y Yarumal. La inferior fundó Sonsón, Abejorral, Titiribí y Amagá. La tercera tomó la ruta de la ladera oriental de la cordillera Central.  

De nuevo dejé volar mi imaginación y me vi en medio de muchos hombres al frente de una montaña hundiendo sus hachas en la piel vegetal. Percibí la fuerza de sus brazos tensados al descuajar los pedazos de tierra mientras el sudor les corría a raudales por el rostro en medio de un sol abrasador. No paraban y escuché los resuellos del esfuerzo en cada embestida a la montaña. Cuando fue la hora de comer, se sentaron juntos y compartieron los fiambres que traían envueltos en hojas de plátano, en medio de risas y chistes, como si fueran niños en un recreo. Eran hombres felices, con mentalidad de grupo donde lo más importante era un objetivo común: trabajar por un mejor mañana para ellos y su familia.

—Con ese tesón abrieron caminos con azadones, picos y palas —dijo Emiliano, que continuaba a mi lado—. Por esos senderos las mulas y los bueyes eran los que movilizaban las cargas y comenzaron a tener rutas de comunicación. Para ese entonces Medellín no era un centro urbano importante, la dirigencia la ostentaba Santa Fe en el occidente, Rionegro en el oriente y los pueblos mineros en el Bajo Cauca. Más tarde se desprendieron otros municipios fundados en el suroeste, Occidente de Antioquia y el viejo Caldas.

Poco a poco se fue pasando de una sociedad de conquista y saqueo a una colonial más estable. Los colonizadores de Santa Fe se desplazaron por el río Cauca hasta llegar a los valles de los Osos y San Nicolás y construyeron un centro de operaciones en la Villa de la candelaria de Medellín, que con un clima más favorable, cultivos promisorios y hatos ganaderos en el norte, comenzó a tener más ventajas que la cuidad madre.  

—Esta colonización fue grande, abarcó los departamentos de Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío, Valle del Cauca y Tolima. Y con menor énfasis fue hasta el Chocó, Córdoba, Casanare, Meta, Caquetá y Putumayo. Y Mon y Velarde fue un hombre clave para el progreso de esa época porque impulsó la colonización de tierras despobladas y su legalización —dije.  

—Él fue el gran promotor en el establecimiento de varias colonias agrícolas.  El derecho a una propiedad se adquiría por cultivo y el tamaño de esta dependía de la cantidad de miembros en la familia. Y tenían una condición, no podían venderlas a personas que tuvieran más de treinta hectáreas para que la tierra no se acumulara en pocas manos — agregó Emiliano.

— ¡Qué buen acto de solidaridad colectiva! Y los pocos indígenas sobrevivientes también se beneficiaron con aquella distribución —dije—. Pero también hubo grandes pleitos por los títulos de tierras que ocuparon los nuevos pobladores durante buena parte de aquellos  años, con pugnas entre campesinos y los que quisieron apropiarse de grandes territorios.

—Este proceso colonizador lo estimuló la dirigencia antioqueña y destinó buen dinero en subsidios para que los colonos no emigraran a otras tierras. Antioquia necesitaba explotarlas y era una forma de mejorar la situación económica de sus habitantes.  

— ¡Y comenzaron a sembrar! —dije con satisfacción.

—Es importante saber que la Cordillera Central desde muchos años atrás quedó cubierta de lava y cenizas procedentes de volcanes y constituyeron un manto profundo en ambos flancos de las montañas que generaron excelentes tierras de cultivo. El maíz fue uno de los productos más importantes, de ahí sale nuestra afamada arepa paisa.

—Y la caña de azúcar, de donde se extrae la famosa agua de panela —agregué.

—Y el plátano, fríjol y cacao, de donde sacaron la bebida tradicional campesina que es el chocolate. El arroz también fue muy importante y parece que fue introducido por los jesuitas en Antioquia hacia la mitad del siglo XVIII —dijo Emiliano.

De pronto, aquel hombre, cuyo rostro estaba encendido por el calor, se fue, pero luego de unos minutos regresó con dos sillas, vasos y una jarra fría de limonada. Acomodó los asientos bajo un árbol frondoso, muy cerca de donde estábamos y me ofreció la bebida.

—Qué caballero es usted, Emiliano —dije agradecida.

—Apenas vamos por la mitad de esta historia y no quiero que le dé un golpe de calor, pues casi es mediodía —y esbozó una sonrisa limpia y tranquila.

— ¡Y llegó el café!  —dije para proseguir con nuestra conversación.

— A medida que avanzaba la colonia, la agricultura tuvo un progreso notable. La producción de café llegó de forma tardía porque después de su siembra, las plantas se demoraban 18 meses para dar sus primeros granos y la producción máxima era 3 años después. Esto implicaba tener buen capital y ocuparse en algo permanente, condiciones que no tenían los hombres que descuajaban montañas —comentó Emiliano.

— Al parecer, el café inició en Colombia gracias a un sacerdote jesuita que vivía en un pueblo del Norte de Santander, pues cuando sus fieles se confesaban, el clérigo les imponía como penitencia sembrarlo — añadí.

—Al comienzo, los principales departamentos productores fueron Norte de Santander y Cundinamarca. Después, Mariano  Ospina  Rodríguez  en  1880 publicó El cultivo del café, mostrando las ventajas para los pequeños agricultores y aseverando que en las laderas de las montañas se podían producir buenas cosechas porque existía un clima y materia orgánica adecuada. Esto ayudó para que la balanza de producción se inclinara hacia los departamentos antioqueños. Sin embargo, en la última década, el Huila nos desplazó —dijo él y bajó la cabeza.

—Con la introducción del café, cambió aún más el modelo minero hacía uno agrícola con pocas hectáreas de terreno, generando una sociedad de pequeños propietarios. Los colonos se comunicaron entre sí, construyeron caminos y se estableció un comercio interno que casi no existía en otras regiones, favoreciendo la capacidad de compra y mejor distribución de los ingresos. Esta cascada de acontecimientos logró que el occidente colombiano se convirtiera a finales del siglo xix y a comienzos del siglo xx, en el centro económico más importante del país —comenté.

—Nuestros queridos arrieros han sido claves de todo ese progreso, y a pesar de la revolución en el transporte, la mula es todavía un  vehículo importante por la topografía de gran parte de la región —dijo Emiliano con una mirada de alegría.

—Este auge agrícola hizo que se diera la firma  del contrato  entre  el gobierno  y el ingeniero cubano  Francisco Cisneros para  la  construcción  de  un  ferrocarril entre Medellín y el río Magdalena, y dio al cultivo del  café  un impulso formidable en Antioquia. Esta nueva vía de transporte rompió el aislamiento y revolucionó el comercio y la industria — expliqué.

—Quisiera mencionar al suroeste antioqueño, pues allí hay dos de los tres municipios patrimoniales que son Jericó y Jardín. A estos pueblos los unen varias cosas: La madre Laura, Manuel Mejía Vallejo y la colonización Antioqueña que de Santa Fe se desplazó hacia el Suroeste. Además hay una conexión histórica y geográfica entre estas localidades y dos ubicadas en Caldas: Salamina y Aguadas, ambas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Aguadas es conocida por ser la capital del pasillo colombiano, el  sombrero aguadeño y el Putas de Aguadas, el hombre que todo lo puede y a nada le teme—continuó Emiliano acomodándose el sombrero.

— ¡Bien por nuestros pueblos patrimoniales! ¿Y después, que siguió? —pregunté.

—Empezaron a construirse carreteras. Los nuevos caminos se convirtieron en ejes de poblamiento y para la década de 1950 Antioquia tuvo un buen desarrollo terrestre, con comunicación a Cartagena y Barranquilla por la troncal de occidente, dejando de depender del río Magdalena para el comercio con el atlántico —respondió.

—La colonización antioqueña permitió el desarrollo de sus zonas geográficas y  potenció una mayor competitividad de la región, que redundaría posteriormente en la del país —dije—. Ese conjunto de valores, creencias y actitudes forjados por muchos años hizo surgir una mentalidad emprendedora que se orientó hacia la creación de riqueza y fue el motor para la formación de los futuros empresarios antioqueños.

—Ese componente empresarial no fue genético como se cree, sino que estuvo subordinado a las circunstancia geográficas, a la disposición para enfrentar la naturaleza y aprovechar sus recursos naturales, distinto a otras regiones del país —afirmó Emiliano.

—Y como consecuencia, se volvieron personas sagaces, dinámicas y disciplinadas en el trabajo, donde se ayudaron entre ellos mismos, dando como resultado al antioqueño que fue capaz de transformar un país, características esenciales de  aquellos grupos económicos que comenzaron a gestarse —agregué con orgullo.   

—Ho libertad que perfumas las montañas de mi tierra, deja que aspiren mis hijos tus olorosas esencias… El hacha que mis mayores me dejaron por herencia, la quiero porque a sus golpes, libres acentos resuenan… —cantó Emiliano emocionado.

—Es una hermosa composición patriótica que escribió Epifanio Mejía, y representan la tierra, la cultura y la mente colectiva antioqueña —expliqué. 

—Y llegamos al inicio de la era industrial— continuó Emiliano—. Para finales del siglo XIX los dueños de minas, agricultores y comerciantes ya intervenían en el mercado monetario. Esto fue un pre requisito para que ese desarrollo económico se diera a principios del siglo XX.

—La tesis de Hagen dice que el impulso industrial antioqueño se debió en parte a que muchos colombianos consideraban a los paisas como inferiores social y culturalmente.  Y la respuesta de nuestro pueblo fue reaccionar ante “ese estado de inferioridad”, creciendo en las esferas del comercio y el mundo empresarial —dije.

—Puede que haya influido. Y así les moleste a algunos, nuestro departamento cuenta con la tradición industrial más antigua de Colombia pues el temprano desarrollo de la banca, instituciones comerciales asociadas a la minería y el café hicieron que aquí prosperaran los emprendimientos empresarias. Su vigor y perspicacia  para los  negocios y la acumulación de capital originaron una nueva mentalidad, generando un éxito temprano en la industrialización de una sociedad predominantemente campesina — explicó Emiliano.   

— Ya la riqueza principal no fue el oro ni el café, sino la producción manufacturera —dije.

—La primera  planta se estableció en Bello y esos talleres se convirtieron en 1939 en Fabricato. La otra gran empresa la creo un rico comerciante llamado Alejandro Echavarría, conocida como Coltejer —agregó.

—El paso de la pequeña industria artesanal a la grandes compañías manufactureras tuvo lugar en Antioquia mucho antes y con mayor éxito, que en cualquier otro lugar de Colombia y casi que de América  Latina.  Por esta  razón el "caso  Medellín" atrajo la atención de estudiosos del desarrollo económico. Por esa época, unos jóvenes antioqueños se lanzaron a la aventura de invertir en la industria y lograron triunfar gracias a sus sólidas finanzas, integridad y espíritu cooperativo. Entre los principales negocios de ese grupo inicial están las mayores empresas que hoy funcionan en Colombia como Argos, La Nacional de chocolates; luego Coltabaco, Banco comercial antiqueño que luego se llamó Bancolombia, Cine Colombia, Suramericana y Noel —dije.

—Gracias a ellas, las clases media y alta de Medellín fueron más numerosas que en cualquier otra ciudad latinoamericana. Los valores antioqueños, su lenguaje y dinero, lograron una conquista económica en Colombia con la misma  seguridad  que lo hicieron los hombres de la colonización antioqueña. Este grupo económico llamado Gea actualmente, controla gran parte de la industria y comercio colombiano, y Medellín ha sido uno de los centros urbanos con mayor prosperidad y dinamismo en Latinoamérica —agregó mi contertulio.  

—Luego cayeron algunos rasgos de ese espíritu que nos caracterizó y muchas empresas remplazaron su corazón por un motor de hojalata hecho con dinero —dije con tristeza.

—Y el narcotráfico acabó de permear muchos grupos económicos, dejando atrás los antiguos ideales antioqueños.

—Aún estamos a tiempo de corregirlo… —dije tratando de ser optimista.

—Solo el tiempo lo dirá, aunque creo que será difícil, pues las personas de hoy deben volver a las raíces y rescatar lo bueno que dejaron atrás, pero ya no tienen tiempo para hacerlo, ni el deseo de cambiar el dinero por esos valores. No saben que el éxito de aquellos hombres de otrora fue gracias a la unión y espíritu emprendedor, unidos por la sangre y las tradiciones. De esto queda muy poco pues los avances tecnológicos ha convertido al ser humano en un hombre frío y calculador, a quien no le importa la esencia del ser humano, sino los resultados monetarios —dijo agachando la cabeza.

—El dinero es el amo del mundo y por esas razones se vendieron empresas centenarias que tenían un sentido más humano y cálido para convertirlas en fríos bloques de concreto —agregué.

—Ha desaparecido la esencia misma de la progenie cultural que nos llevó al pináculo empresarial, ese fuego interior que nos hizo crecer en unión y lealtad.

—Quiero creer que esa esencia no se ha perdido, solo hemos tenido épocas duras que opacó ese espíritu enérgico que alguna vez  iluminó gran parte de este país —dije.

—Ya veremos si esta nueva generación antioqueña es capaz de recordar su pasado y puede remover las cenizas que los cubre para remontarse de nuevo como la raza fuerte y emprendedora de antaño —dijo mirando el horizonte que comenzaba a cubrirse de arreboles.

Volví a observarlo, con su carriel terciado al hombro, el porte erguido, sus alpargatas impecables y una mirada nostálgica que se perdía en lontananza.

—Y usted, amable señor, que sabe tanto de nuestra cultura, ¿Quién es?

Emiliano me observó con sus ojos pardos y penetrantes. Se quitó el sombrero y se acercó a mi oído:

—El espíritu antioqueño, querida señora —me respondió con certidumbre y comenzó a atravesar despacio el hermoso puente colgante, mientras sus pisadas se iban perdiendo con él hasta desaparecer en medio del ocaso.